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Llegué un lunes 14 de marzo del 2016 a Lima, directo y sin escalas a dormir en mi cama.
Usé mis millas para hacer, comprar y comer todo lo que pude durante 10 días en Orlando, Miami y en un crucero por las Bahamas.
Nunca me di cuenta de lo abultado y blandito que estaba mi cuerpo, hasta el día siguiente, que me tomaron la foto de inicio del programa KO90.

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De frente
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De perfil
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De espalda haciendo fuerza con los brazos



¡O-h p-o-r D-i-o-s!
Empecé el programa en la peor forma en la que recuerdo haber estado en toda mi vida. Nunca nadie había registrado mis carnes de esa forma, al aire libre y en sostén deportivo fosforescente, mientras unos socios del club terrazas barranquino pasaban a mis espaldas.

Del KO Detox Center había escuchado cosas como:
- “No sabes… es bueeeeenazo”,
- “Todas mis amigas (regias por cierto) van ahí”
- “No usan aire acondicionado, pero es bra-va-zo”
- “Te convierten en uno de ellos… es una secta”.

Antes de conocer el KO, tenía periodos cíclicos en los que me daba la “runner emergente” y salía a correr interdiario sus 7K de Chorrillos a Barranco por las mañanas. Casi siempre lo hacía semanas antes de alguna carrera en la que me había inscrito. Pasaba los domingos por la farmacia, pagaba mi sol cincuenta y coleccionaba los tickets de papel térmico, mirando como cada semana mi peso, estatura y porcentaje de grasa variaba o se estancaba.






Y es que antes de aquel sofocante verano del 2016, corría con regularidad y hacía dietas recicladas, de los nutricionistas a los que visité durante mis últimos 15 años.

Estaba en un periodo terrorífico en el que tenía pesadillas recurrentes, cuando descubría ese número jamás pensado de mi peso. Evitaba verme al espejo y adivinaba cuánto podría marcar la balanza, pero jamás me atrevería a pisarla.

Dejé los jeans apretados por los pantalones palazos con pretina elástica. Las fajas se volvieron un “must” en mi closet y de ninguna manera saldría de mi casa vistiendo un polo sin mangas.

Tomé la decisión de hacer algo al respecto. Llamé y averigüé los precios de los gimnasios a 15km a la redonda. Casi me convence la gigantografia de un chico que había perdido 15 kilos en ocho semanas en un Gold´s Gym de San Borja. Pero cuando vi un post de KO90 en el facebook donde decían “TRANSFÓRMATE EN 90 DÍAS” me convenció el tiempo. Eso necesitaba: un DEADLINE
¿Qué son 90 días? -Me dije- Ya está… ¡esa es!





Mi primer día de clase fue un martes a las 7:00 am. Había dormido solo 5 horas, pero cual primer día de colegio, preparé la noche anterior mi maletín con todo para bañarme y cambiarme allá: toallas, shampoo, chancletas, jabón, desodorante, talco, calzón, sostén… todo (alguna vez me olvidé de uno estos, pero salí literalmente “airosa”).

Llegué a una cancha de grass sintético y había un grupo de 20 personas, haciendo polichinelas (aka “Jumping Jacks”). Ninguno, salvo la entrenadora, lucía un outfit digno de un VA… eso me encantó.

Shorts, mallas, medias, polos multicolores, todos seguramente escogidos al azar con los ojos semicerrados al alba. Nadie estaba ahí para lucir su mejor tenida deportiva, todos estábamos conscientemente para sacarnos la mugre por 12 semanas.



Ahí estábamos los “noventeros”: una joven madre que acababa de dar a luz hace 3 meses, un abnegado esposo que quería lucir sus cuarentas bien puestos, una exitosa pareja de novios que se propuso llevar una vida sana y fit, una madre regia y espigada que quería desarrollar su fuerza, una veinteañera amante del yoga, una novia preparándose para la noche de bodas y así todos con una historia nueva que contar dentro de poco.

Corrimos alrededor de la cancha, saltamos una soga imaginaria, al ritmo del “baile del caballo” corrimos en un pie por las tribunas de cemento, gateé empujando un saco de arena  y terminamos jugando con una pelota enorme, como la que presumía Kiko con el Chavo del ocho.

Sudé como hace mucho no lo hacía y antes de huir a la ducha, la directora del programa, mencionó por primera vez mi nombre en voz alta. Era el momento de tomar la foto del “antes”. Ahí delante de todos mis compañeros, chorreando toda de sudor y contra una pared, incliné un poco la cabeza, para que la visera del gorro cubriera mi avergonzado rostro. ¡CLICK!

(continuará...)










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