Viaje interestelar
La bolsa de 40gr de Chanca Piedra, quedó sobre el microondas.
-¿Cómo se toma esta vaina, vieja?
-Debes hervirla por 20 minutos,
colarla y esa esencia la combinas con agua tibia, para tomarla como agua de
tiempo hijita.
Le dijo al teléfono su mamá, luego que Ariam regresara de consulta con su endocrinólogo. Sin embargo, no le dio detalles a su madre, de la cistitis que la aquejaba y que podría malograr sus planes para esa noche.
Felizmente el olor de la Chancapiedra hervida, no era muy desagradable, a
diferencia de las apestosas hierbas del Dr. Pun que tomaba desde los 25 años para
bajar de peso. Cuando llegó Rasec, ella ya había terminado de tomar su cuarta
infusión del día, y su aliento olía a una cálida tarde en la chacra de su tío Gervasio.
Rasec era el amigo con derechos ganados desde hace 3 años atrás. Su pinta
de Beatle le hacía parecer mucho menor que Ariam, pero en realidad lo era solo
por 10 meses. Últimamente se veían una vez al mes, y esa arrecha constancia
estaba llevando su relación a un terreno desconocido para ambos.
Ariam bajó los 4 pisos de su edificio para abrir la puerta de la calle, y
luego los subió todos junto a Rasec, quien cargaba un sixpack de cervezas heladas.
Llegaron bastante agitados a su micro departamento ubicado en la azotea. Al
cruzar el umbral de la puerta, aprovecharon esa falta de aliento para darse un
beso húmedo reparador.
—¿Tienes un encendedor? -le preguntó Rasec llevándose las
manos al bolsillo de su llamativa casaca verde perico.
—¿Te sirve esto? —le respondió Ariam entregándole una caja enorme de fósforos parrilleros.
Rasec sonrió, se llevó los fósforos jurásicos al sillón y se acomodó para
empezar a armar el regalo que le prometió por su cumpleaños.
Armó una pila de libros en la mesa de centro, teniendo el álbum Panini de
tapa dura como base y la trilogía Millennium de Stieg Larsson como tronco, “Los hombres que no amaban a las mujeres”
quedó arriba.
Sacó una pequeña caja de metal, en la que alguna vez guardó mentas, y que
ahora le servía para guardar la cantidad permitida de muñones de la mejor
hierba, que su dealer logró
conseguir.
Empezó a colocar los ingredientes ordenados como la bandeja de un cirujano: cajita de metal, papel para
tabaco, fósforos y cenicero.
Ariam, por su parte sacó de la refri dos cervezas y dos posavasos. Las
abrió usando un secador de cocina y las puso equidistantes, para que Rasec coja
la suya, durante la delicada operación del armado del porro.
—¿Y qué tal tu semana? —la mirada de Rasec se distraía con la coqueta faldita a rayas de Ariam, mientras
empezó a deshacer la hierba con sus dedos.
—Ahí medio jodida. El
endocrinólogo dice que tengo arenilla en mis riñones. —Respondió Ariam luego de tomar el primer sorbo de su cerveza.
—¿Así…y por qué? –respondió Rasec, mientras sus dedos enrollaban
delicadamente el troncho.
—Ni idea, pero estuve orinando
rojo varios días. Primero pensé que era por la beterraga que comía en el
almuerzo, pero no. Ahora debo tomar unas pepas y mi Chancapiedra para botarlas
poco a poco.
—Ah, eso era lo que apestaba…
Rasec se llevó el rollito de hierba a medio envolver a la boca, y con su
lengua terminó de pegarlo. El hoyuelo que se dibujó en su rostro, causó en Ariam
el mismo efecto que los perros de Pavlov: la hizo humedecerse inmediatamente.
Ariam disforzada, le sacó la lengua en señal de burla, y luego le dio un
beso, con sabor a Pilsen de trigo. Se sentó junto a él.
Durante los primeros toques que compartieron, Rasec le hablaba a medio
metro de su rostro, luego la distancia fue acortándose lentamente, hasta que la
cabeza de Ariam quedó apoyada en el pecho de Rasec y la música que salía del
parlante Bosé, adquirió extrañamente un mayor reverb.
Ariam siguió fumando el porrito hasta poder sostener la respiración un par
de segundos y luego soltar el humo en forma de aritos, en la barbilla de Rasec,
quien los deshacía con sus manos.
Para el momento en el que Ariam logró hacer 4 aritos al hilo, ya se habrían
fumado el 85% del porro. Rasec lo dejó en el cenicero, y mientras se daban
besos cortos y sonoros, el troncho poco a poco fue desapareciendo, junto con el
cenicero, la pila de libros, los vasos de chela, la mesa, los muebles… todo.
Para los ojos de Ariam, la casaca verde perico de Rasec, se transformó en una
camiseta de hilo entallada en su torso atlético, con un pin de aviador que
resplandecía a la altura de su corazón. Miró
sus pies y veía unas botas hermosas de charol, en las que inclusive veía su
propio reflejo.
Él sentado en un sillón giratorio, demostraba su poder con solo mirarla.
Ella se sentó sobre su regazo, no llevaba nada debajo de ese minivestido turquesa
que traía puesto. Ambos abrazados, girando en su eje, sintieron el movimiento
de la nave, como un ligero vahído.
Rasec la cogió fuertemente de las nalgas y la levantó hacia uno de los
ventanales, donde la dejó apoyada, mientras se bajó un poco el pantalón, para
dejar ver un glande, flácido aún, que zamaqueaba con la mano. Los labios de Ariam
bajaron a intentar tragar ese extraño ser vivo que comenzó a endurecerse en su
boca.
Ya bastante entumecido y ensalivado, el pene erecto del capitán buscó hacer
campo entre las piernas de la oficial. Ella sintió un resbaladizo falo, que
buscaba el camino correcto, y que gracias a su propia mano, logró entrar en su
cavidad empapada y sedienta de sexo. La coreografía de sus cuerpos, con movimientos
ágiles, circulares y vaivenes constantes, empañaron los ventanales de la cabina
de la nave, que alcanzó su máxima velocidad, mientras los amantes lanzaban
micro gemidos continuos, sin darse cuenta de las miles de estrellas que cruzaban
delante de ellos.
Ariam con los ojos entreabiertos y relamiendo sus labios, despeinaba la
cabeza de Rasec, convirtiendo su corte hongo, en una maraña de pelos
alborotados. Él saboreaba y mordisqueaba sus hombros desnudos, mientras una de
sus manos amasaba su pecho derecho hasta encontrar el pezón, que apretó con sus
dedos hasta sentirlo tan duro como el Alien
que llevaba entre sus piernas. Ariam le mostró cómo su pezón izquierdo igualó
la erección del derecho. Rasec pasó la punta de su lengua por ambos y los succionó
sin despegar su mirada de los ojos de Ariam.
Al cabo de unos minutos, sus cuerpos sudorosos emitían chasquidos, al
despegarse uno del otro. De pronto, se escucharon pitidos agudos y molestos,
que se repetían sin parar haciéndose inoportunos en pleno viaje interestelar.
Ariam abrió bien los ojos, miró hacia el fondo y reconoció su microondas. Tenía
los números 00:00 vibrando sin parar, y emitiendo tres pitidos largos cada 10
segundos.
—¡Mi chancapiedra! -gritó Ariam,
mientras sus nalgas sudorosas dejaban una marca en la mesa de la cocina. Rasec
sonrió y se retiró de su entrepierna.
Ariam fue hacia el microondas y sacó la jarrita de la infusión que puso a
calentar minutos antes. Bebió un sorbo aún tibio y suspiró aliviada. Cogió de
la mano a Rasec y desnudos caminaron juntos hacia su cuarto.
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