El Monarch con Ramona


1.     THE LOVE BOAT
Cuando me percaté que, en esa discoteca del barco, el único más joven que yo, era el guapísimo quiropráctico brasilero de treinta y tantos, y que, en vez de ir a bailar, fui a una conferencia de cómo tratar dolores de espalda, rodillas, cervicales, caderas y pies… pensé que definitivamente mi expectativa de este viaje se acercaba más a la de un capítulo de la serie ochentera “El crucero del amor” que a la de un crucero de solteros.




2.     EL PREMIO MAYOR
Mi madre sorteó entre sus hijos, el viaje al Caribe que siempre soñó. Yo fui la afortunada en pasar 12 días con ella, con sus achaques, con sus manías y con los olvidos propios de su edad. El barco se llamaba Monarch, y gracias a él y a Ramona disfruté de un viaje inesperado y aleccionador.



Dicen que con el tiempo se invierten los papeles, y terminas cuidando a tus padres como si éstos fueran tus indefensos hijos. Este viaje sirvió para darme cuenta, que llega una edad en la que nuestros padres, a pesar de luchar contra su orgullo, deben pedirnos ayuda para casi todo, incluso en sus tareas cotidianas.

- ¿Y qué me voy a poner hoy?
- Te lo he dejado sobre tu cama mami

- Charo, ¿dónde está mi frotación?
- En la repisa arriba de tu cama mami.

- Charo, ¿dónde está mi peine?
- En tu cartera, viejita.

- Charito, ¿me tiendes la ropa de baño?
- Ya mami, te la dejo colgada donde ponen las toallas

- ¿Mami te ayudo con los zapatos?
- ¡Déjame! Yo puedo sola. Luego me acostumbro a que me hagas las cosas, y luego tú te vas a tu casa

Esa última frase con sabor a reproche, me dejó claro que mi madre en el fondo quiere seguir siendo esa mujer independiente, impulsiva, respondona, en la que yo me reflejo ahora.

Ramona tuvo lista su maleta una semana antes de viajar. Puso toda la ropa que el crucero indicaba por fecha: 2 o 3 trajes de baño, vestido de gala para la cena con el capitán, ropa blanca para la fiesta de blanco, ropa colorida para la fiesta caribeña, etc. Su maleta pesó casi 20 kilos de los 23 permitidos, pero llevó cosas inimaginables que regresaron intactas a Lima como: 4 cremas para el cuerpo, 2 pares de zapatos, 4 sachets de café instantáneo, 1 pegamento de contacto, 2 calzones míos que dejé en su casa cuando me mudé –“Por si se acababan los que traías hijita”.
Esto último me pareció un acto de amor supremo, que solo a una madre preocupada por el bienestar de su menor hija, se le cruzaría por la cabeza: calzones de backup.





3.     LA AVENTURA DEL POSEIDON

-No tiene fractura en la tibia señora, pero debe tener reposo absoluto, pues el dolor será intenso por varios días- dijo el médico del Monarch cuando la examinó luego de su caída dentro del barco.

Era el primer día de navegación. La rueda del andador en el que venía sentada, frenó bruscamente con un tope en el piso del barco. Ella cayó arrodillada y su pierna derecha chocó con uno de los fierros de su propio andador.

Inmediatamente parte del crew del barco trató de ayudarla. Yo me tiré al suelo para levantarla y ponerla en una posición cómoda mientras llegaba el personal del centro médico.

Reconozco que manejé imprudentemente esa silla, no tenía el oficio suficiente como para saber que los baches se pasan con la silla de ruedas de espaldas, y no de frente y a la velocidad que lo hice. Me sentía tan culpable como un chofer del Chosicano.

Eran cerca de las 3pm y solo queríamos llegar a nuestra cabina a descansar, llevábamos aún con nosotras el equipaje de mano con el que subimos al Monarch.

-El barco acaba de partir, si necesitara yeso, tendrá que esperar llegar a Cartagena- Fue el comentario apocalíptico del doctor.

Con yeso o sin él, no estábamos dispuestas a dejar que una caída nos deje sin crucero. El doctor le recetó hielo y pastillas para el dolor. No había de otra Ramona, o te levantas o te levantas. Este viaje no se convertiría en La aventura del Poseidón



4.     DES-PA-CI-TO

Para una mujer grande con bastón y andador, es difícil encontrar una forma cómoda de conocer nuevas ciudades. En casi todos los tours que se ofrecían al llegar a un puerto, había que caminar harto o hacer actividades peligrosas para su condición: nadar con mantarrayas, escalar cataratas, bucear entre arrecifes. Sin embargo, Ramona estaba dispuesta a probar todo lo que su cuerpo le permita.

Posó con una escultura de Botero por las calles de Cartagena, se disfrazó de rastafari en Jamaica, probó (sentadita en la orilla) las aguas cristalinas de una playa paradisiaca en Gran Cayman, soportó la lluvia en la caminata por la reserva forestal de Cahuito en Costa Rica.



Todo lo hicimos por nuestra cuenta, a nuestro propio ritmo:

“Des-paaa-cito, vamo a conocer tooó despacito,
Nadie nos apura con la Ramonita
Tomaremos toures baratitooos…
Des-paaa-cito”

Cada que llegábamos de regreso al barco, su pierna derecha terminaba hinchada del trajín que habíamos hecho en cada tour. Una ducha, una frotada con Diclofenaco, una siesta con un poco de hielo en la pierna, y para las 8 de la noche ya estábamos listas para disfrutar del show en el teatro y la cena gourmet en el restaurant.

5.     UN BRASILERO CARIOCA

Luego de la caída, y sintiéndose responsables también por el accidente de Ramona, Pullmantur puso una silla de ruedas a disposición para trasladarla por todo el barco. Solo llamábamos a recepción y a los minutos llegaba un bellboy hindú a llevarnos al piso donde le indiquemos con señas o hablando un español lentito.

Fue así que una noche nos llevaron al SPA donde conocimos a Ricardo, un brasilero guapísimo que luego de una extensa charla en portuñol, nos explicó la importancia de mejorar nuestra postura, para tener mayor equilibrio y evitar los dolores en la columna y espalda, todo gracias a las maravillosas plantillas The Good Feet que mi madre probó en sus pies, pero que costaban la friolera de US$ 200 dólares el par.

Juro haber sentido el vientito de la Rosa de Guadalupe, antes que Ramona le respondiera:
-Soy jubilada joven, no puedo invertir ese dinero en sus plantillas. ¡Muchas gracias ah!
Milagrosamente y a pesar del vaivén del barco, mi madre cogió firmemente su bastón y salimos caminando del consultorio, sin necesidad de esperar al hindú con la silla de ruedas.
-Estará guapote, pero tá cojudo, que le voy a pagar esa plata.

A los dos días, me encontré a Ricardo nuevamente en la discoteca. Estaba a punto de dictar una conferencia sobre la postura y los dolores lumbares y cervicales. Pero como ya había escuchado su speech con mi madre, decidí por el bien de mi tarjeta de crédito, retirarme discretamente del salón, pues fijo, si seguía mirando esos ojos almendrados, esos rulos de salón y esa espalda de nadador, acabaría por comprarle las milagrosas plantillas.



Pd.
Sí, la imagen es referencial, pero es como lo recuerdo.


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