Unidad de Cuidados Intensivos
Las entradas a la UCI de la clínica Centenario
se hacían solo dos veces al día. Tenias que usar una bata antiséptica, cubrir
tus zapatos con botitas descartables y entrar de a uno. Jamás con el celular.
El enfermo estaba conectado a varias máquinas monitoreadas en la estación de
enfermeras. El único
autorizado a dar los reportes del paciente era el médico de guardia, quien dos veces al día, nos
reunía en una salita fría del costado y nos hablaba sin tapujos del pronóstico
de mi padre, luego de un par de paros cardíacos y serias descompensaciones renales.
De las tres temporadas que estuvo allí, muy pocas
veces lo encontré despierto. Recuerdo que hubieron visitas en las que, con las pupilas dilatadas y la boca reseca, me hablaba incoherencias, producto de las toxinas
que recorrían su sangre. Me contaba historias conspirativas entre los doctores y
las enfermeras, con secuestros de pacientes y balas. A veces cuando se ponía
agresivo, tenían que atarlo a la cama y darle calmantes.
Una vez, cuando lo pasaron a un cuarto del
piso 11, le conté que Fujimori estaba internado en piso 13, y que había harta
prensa y seguridad a los alrededores. Recuerdo que solo levantó las cejas y
murmuró un amargo “Hmmm…” seguramente creyendo que había encontrado la
justificación a sus alucinadas historias.
Somnoliento, irritable o inconsciente, así lo
encontraba a mi padre cada vez que lo visitaba en la UCI. Me
hubiera gustado encontrarlo alguna vez con el semblante que luce Alberto
Fujimori cuando le dieron el indulto humanitario. Me alegro por su familia que
tiene una oportunidad de disfrutarlo y darle una proyección de vida en un
futuro cercano. Y es que pasar navidad en un hospital es una
experiencia que te deja conmovido para siempre.
Esta nochebuena del 2017 en particular, me hizo revivir esas visitas a la clínica, el compartir con otras familias que esperaban noticias esperanzadoras de sus enfermos, las oraciones que hacíamos en silencio mientras le realizaban delicadas intervenciones. A todos aquellos que tienen un familiar muy delicado hospitalizado, o peor aún, a aquellos que perdieron un familiar sin ni siquiera poder llevarlo a un hospital o despedirse de él, mi corazón está con ellos.
Viendo los acontecimientos políticos con los que acaba el 2017, a muchos nos deja un sinsabor y nauseas que ninguna Sal de Andrews del día siguiente, nos
podrá quitar. Pareciera el final de temporada de una serie sobre corrupción y poder, no apta para público decepcionado de sus autoridades.
Comentarios
Publicar un comentario