El Factor J

Foto: Adriana Navarro

 

-¿Dónde están Pinky y Carmincha conchesumare? ¡Pa’ sacarles su mierda!

Gritaba tambaleante el poblador y sus diablos azules.


Era agosto del 2002 y hacía unos días atrás, este mismo hombre probablemente con menos alcohol, pero con más adrenalina en su cuerpo, fue uno de los cientos de personas que nos arrojaron piedras y palos, para evitar que nuestra camioneta avance por el camino, mientras intentábamos huir de Joncopampa en plena negrura de la noche.


Pinky llegaba al metro sesenta con sus Skechers de doble suela, y andaba siempre de buzo y canguro. Allí guardaba su estuche, para intercambiar sus lentes de gruesa medida de día, por los de noche, y también guardaba allí toda la caja chica del rodaje, en sobres de dinero, que sabiamente distribuía entre todas las necesidades de producción de la película “Paloma de papel”.


Un par de años antes, egresamos de la misma facultad, pero nunca fuimos amigas en esa época. En el 2001 anticipándose a la moda Tiktoker, Pinky llevaba mechas de color azul y disfrutaba de las juergas nocturnas de discotecas, haciendo los pasos prohibidos que gracias a Dios nunca fueron registrados por un celular.


Aunque ella no lo recuerde, nuestro primer encuentro, de “Hola” y “Chau”, fue afuera de un bar miraflorino. Esa noche en su memoria yo pasé desapercibida, como la amiga, de una amiga, de su amigo que se apareció de madrugada saliendo de trabajar. 


Unos meses después, nos presentaron formalmente en la mesa del patio de comidas de Larcomar. Ella estaba buscando una productora de arte para un largometraje de bajo presupuesto y yo estaba en busca de chamba. Hicimos click en la siguiente reunión de producción, cuando me recibió en la sala de su casa, en pijamas, sin sostén y en 5 horas desglosamos juntas el guión, compartiendo nuestras primeras historias de desamor con un litro de Haagen Dazs.


Era nuestro segundo largometraje para ambas. Ella ya se había bancado la producción completa de “Días de Santiago” con un crew que ahora seguramente sería un lujo tener, pero en aquella época, era solo un grupo de pulpines talentosos con ganas de hacer cine. Mi experiencia anterior, en cambio, había sido contratando figurantes, para una película peruano francesa, rodada en la comodidad de Lima, donde gané peso y algo de dinero para sobrevivir, hasta el siguiente recibo por honorarios.


Para el rodaje de “Paloma de papel”, de julio a setiembre del 2002, cerca de 30 personas nos mudamos a Huaraz. Mis labios agrietados y cachetes bronceados delataban mi temporada de aclimatación en la altura. Usaba lentes de sol de montura de carey, dos trenzas de bolitas y unos pañuelos de colores llamativos que cubrían mi cabeza del sol andino. 


El canguro de estilo militar que usaba, defendía mi zona íntima y tenía espacio suficiente para guardar lo indispensable, para producir la ambientación y utilería de los espacios propuestos por el director de arte: cintas masking tape, tijeras, llaves del hotel, una barra de Halls rojo, un lipstick de bálsamo con sabor a uva, celular tipo sapito, audífonos baratos, lapicero BIC enganchado en una libreta de notas en espiral, plumón grueso, sobre de dinero, monedero, recibos simples de caja y muchas facturas dobladas en cuatro.




La historia de la película se desarrollaba en los ochentas, durante el auge del terrorismo en nuestro país. Contaba la historia de un niño que sobrevivió a un ataque senderista en su pueblo, y de cómo éste fue secuestrado para convertirse en un militante de sus propios atacantes.


Se gestionó a través de las autoridades de la región, todos los permisos necesarios para rodar en las locaciones escogidas. El pueblo de Ahuac fue nuestro principal set de filmación, y allí compartíamos con los pobladores, desayunos con vistas a los nevados y conversaciones amenas con pan recién salido del horno de adobe. 


Mientras Pinky consiguió que máquinas de la municipalidad provincial, aplanaran la única pista de acceso al pueblo, y que doctores de Lima, llegaran a regalar medicinas a sus pobladores vulnerables; yo aprendí por mi parte, a hablar el lenguaje de las gallinas. Cada que veía un grupo de ellas, me acercaba diciendo “Tútutu-tutututú” y mágicamente los gallos, pollos y gallinas volteaban a seguirme.


Las noticias sobre la “prosperidad” que se logró en Ahuac, llegaron a los oídos de los vecinos de Joncopampa, quienes al enterarse que grabaríamos algunas escenas en su poblado, quisieron pedir los mismos beneficios.


Yo fui la encargada de acercarme al presidente de la comunidad de Joncopampa, para firmar un acuerdo, en el que a cambio de su autorización para grabar un par de días allí, la producción de la película, contrataría a sus pobladores con un jornal adecuado y les regalaría todo el material de construcción que usáramos para el armado de los decorados.


El presidente me abrazó y con su aliento a cañazo, me dijo: “Claro que sí, Carrrminscha”. Yo salí esa tarde de su chacra con el contrato firmado, y la tranquilidad de que todo fluiría bien.


Días antes de iniciar la construcción, lo volví a visitar. El amable caballero un poco “waska” que me había firmado el acuerdo, ahora me decía en tono cortante: “Ya no soy el presidente, Carmincha. Tienes que hablar con Gerónimo ahora”. 


Su mujer malhumorada en segundo término, sostenía desafiante un chicote en la mano y balbuceaba algo en quechua cuando me cerró la puerta en la cara. Ni siquiera el “Tútutu-tututú” de las gallinas de su chacra me alertó lo que vendría luego


La tarde siguiente regresé al pueblo, pero esta vez acompañada de Pinky y de un poblador de Ahuac que nos sirviera de intérprete, para cerrar el acuerdo con el nuevo presidente de la comunidad. Dimos con la casa de Gerónimo, y solo encontramos a su mujer que no sabía a qué hora llegaría su marido.


Decidimos esperar, mientras veíamos cómo caía la luz del sol y la señal de celular se perdía. Antes de quedar a oscuras, llegó Gerónimo en caballo, sobrio, malhumorado y con poca paciencia de explicarnos su malestar.


Por más que le mostramos las autorizaciones del Instituto Nacional de Cultura, del mismo alcalde provincial, y del anterior presidente de la comunidad, Gerónimo dijo que esos papeles no tenían ninguna validez, y que la asamblea general del pueblo ya había declarado personas no gratas, a los “Limeños cojudos que grababan película sobre terrucos”.


-¡Lárguense de aquí! ¿O quieren que los ajusticiemos? -gritó la mujer de Gerónimo en quechua. Pero para cuando el intérprete nos lo tradujo, no entendíamos aún la gravedad de lo que pasaría luego.


Pinky y yo en plan conciliador y como buenas productoras confiadas en nuestra capacidad de negociación, insistíamos en explicarle a Gerónimo que daríamos trabajo a su propia gente y que sería beneficioso para ambos.


La mujer de Gerónimo, cansada de verlo negar la cabeza tantas veces, salió ahora con chicote en mano, se nos acercó desafiante y continuó gritando arengas en quechua, pero esta vez hacia los cerros.




-Nos quieren ajusticiar… está llamando a todo el pueblo -nos dijo el intérprete.


De ahí en adelante, los recuerdos son confusos. Miramos de vuelta a la camioneta, y vimos al chofer bajar y recibir un puñetazo de un hombre que golpeó su ventana.

Corrimos a separarlos. En medio de la oscuridad solo veíamos los faros prendidos del auto y escuchábamos las arengas repetirse como eco entre los cerros, y cada vez más cerca pasos de gente corriendo hacia nosotros.


Trepamos al auto y empezó una lluvia de piedras, el chofer sangrando trató de avanzar unos metros y nos encontramos con un tronco que cortaba la vía. El intérprete y el chofer bajaron a tratar de mover el tronco. Las manos de unos extraños nos sacaron a la fuerza del auto, a mi y a Pinky, cada una por cada puerta.


Recibimos golpes, palmazos, metidas de mano y jalones de gente sin identificar. Solo atinamos a cubrirnos la cabeza y a voltear nuestros canguros hacia atrás, pegándonos a las paredes del carro. Nos habrían rodeado unas 50 personas calculo.


Vimos llevarse al intérprete a darle de patadas y golpes detrás del carro, acusándolo de traidor.


Pinky y yo tratábamos de hacerlos entrar en razón, rogándoles que nos dejen ir. Nos acusaron de terrucas, de hacer apología senderista.

-Saben qué hacemos con las terrucas ¿no? -escuchamos gritar a un poblador

-¡No somos terrucas! -dijo Pinky

-¿Pero por qué me pegas? ¿Qué te he hecho? -le dije a una mujer del tumulto 


Pinky cogió la mano de Gerónimo que estaba en medio del grupo

-Te lo ruego, no volveremos más, pero déjanos ir.


Las pupilas de Gerónimo se achicaron, y con voz fuerte nos dijo:

-Suban al carro. Las vamos a dejar ir, pero nos quedamos con el traidor para ajusticiarlo.


El chofer de la camioneta, aún con la boca sangrando, subió al carro y encendió el motor.


-No, Gerónimo. Él también se va con nosotras -Pinky le hablaba en el mismo tono pero afirmando su postura.

-Por favor, él solo vino como traductor, es un poblador inocente- le dije mientras me imaginaba los rostros de su esposa y sus hijos en Ahuac.

-La policía vendrá a buscarnos y todo será peor – dijo Pinky alertándolos.


Pinky cogió nuevamente las manos de Gerónimo y las entrelazó con sus dedos, en señal de ruego.

-No nos iremos sin él. Uds. no son malas personas. No cometan un error. -Pinky ahora apostaba por su sensatez.

Gerónimo volteó hacia la gente y abriendo sus brazos gritó algo potente en quechua. Los gritos se calmaron, los murmullos se callaron.


El tumulto se fue abriendo hasta que trajeron de vuelta al intérprete, todo sucio y magullado, siendo cargado por dos personas, que lo metieron en el asiento del copiloto.


Nos pidieron romper en su delante, todos los acuerdos firmados con las autoridades del Ministerio y de la Municipalidad provincial. Nos hicieron firmar un documento a mano, donde indicábamos que nos habían dejado libres sin hacernos ningún daño.


Subimos al auto y avanzamos tan lento como nos permitía la oscuridad, esquivando los troncos que habían dejado en el camino. Hasta llegar a un punto donde tuvimos señal de celular, y pudimos conversar con nuestro equipo de producción, que preocupados por nuestra desaparición, nos esperaban con la policía en un punto intermedio.


Evidentemente, tuvimos que cambiar la locación de esas escenas y nunca más volvimos a Joncopampa. Así como el borracho que fue a buscarnos días después a Ahuac, para los pobladores fuimos probablemente una anécdota más. Sin embargo, para mi fue una experiencia que me enseñó, que para comprendernos como peruanos, no basta hablar el mismo lenguaje. Debemos aprender a empatizar con las emociones y necesidades del otro. 


Luego de ese rodaje trabajé en un par de películas más, siempre con Pinky a la cabeza de la producción general, y pude ser testigo de su temple y capacidad de resolver problemas, usando la empatía siempre como principal recurso.


Pinky es probablemente la productora de cine peruana más reconocida y comprometida de nuestra generación, con más rodajes producidos en su haber, y con un talento innato al que yo le llamo “El Factor J” (por su valentía en Joncopampa), mientras el mío será un humilde pero noble “Factor G” (por saber hablar el lenguaje de las Gallinas).





Comentarios

  1. Oh my cat... ¡qué temple!!! Gran homenaje a Pinky, Camiux. Abrazos grandes a las dos.

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  2. Oh my cat... ¡qué temple!!! Gran homenaje a Pinky, Camiux. Abrazos grandes a las dos.

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